Oksana Masters, el milagro de Chernobyl: malformaciones congénitas, abandonos, violaciones y medallas paralímpicas

Oksana Masters, el milagro de Chernobyl: malformaciones congénitas, abandonos, violaciones y medallas paralímpicas

​La estadounidense, de 31 años, es considerada una de las mayores atletas paralímpicas mundiales. Marcada por la radiación de Chernobyl ha superado todo tipo de crueles obstáculos gracias al deporte: un ejemplo de resiliencia.
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Pocas cosas han escapado de la radiación nociva consecuente del desastre nuclear de Chernobyl (Ucrania). Y muy pocas, por no decir casi ninguna, que se haya sobrepuesto a sus efectos, no solo para poder llevar una vida normal, si no para triunfar. Es el caso de Oksana Masters. Nacida allí, aunque porta nacionalidad estadounidense, tres años después del famoso accidente, en 1989, sufrió malformaciones congénitas como la falta de pulgares, descompensación de casi 15 centímetros en sus piernas, sin tibias, un solo riñón o seis dedos en cada pie. Inevitablemente, marcaría su devenir para siempre.


Debido al elevado montante económico de su tratamiento, sus padres la abandanaron a su suerte en un orfanato, donde comenzaría el segundo capítulo de horror de su aún corta vida. Del primero pasaría a dos orfanatos más, no solo con suerte esquiva a la hora de encontrar una familia, si no sufriendo repetidos abusos, psicológicos y físicos, por parte de sus compañeros, y falta de comida. 


"Siempre que me pegaban respondía con una sonrisa", afirmaba a NY Times. Una odisea para una niña que buscaba explicaciones de por qué le había tocado vivir aquello hasta que apareció su ángel de la guarda, Gay Masters, su futura madre. "Eres mala, no va a venir a buscarte", le decían sus compañeros, hasta que una fría noche en la que se reventaron las tuberías del orfanato, entre el aromo a moho de su cama, alguien le tocó el hombro: "Te conozco, eres mi hija", le saludó Gay.


EEUU Y EL DEPORTE, SU VÍA DE SALVACIÓN


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Sin embargo, con la llegada Búfalo (EEUU), con ocho años, no acabaron las desdichas. A los trece, los fuertes dolores que sufría en las piernas le obligaron a que los médicos le amputaran sus dos piernas. No sería  la última vez que pasara por quirófano, ya que poco más tarde le reconstruyeron los pulgares con parte de sus dedos. Esa fue su tabla de salvación, ya que pudo aferrarse al deporte como vía de escape a sus problemas.


Animada por su madre adoptiva, comenzó a practicar deportes de agua, enamorándose del remo. Su pasión por esta disciplina acuática llegó tan lejos que se convirtió en una de las mejores, llamando la atención del ex militar de la Marina que perdió las piernas tras una explosión de una mina. Con él se echó al cuello su primer metal. Un bronce en su primera participación en unos Juegos Paralímpicos, los Londres, y que darían cuenta de que no era una atleta normal.


Catapultada a la primera plana por su historia y su reciente logro, la entrenadora del equipo de esquí paralímpico de EEUU contactó con ella para mostrarle su interés en reclutarla para la selección. No tardó en prendarse de la adrenalina de la nieve, en la que también demostró cualidades innatas, y comenzó a prepararse, a dos años vista, para los Juegos de Sochi. Rusia también sería testigo de su voracidad, volviendo a EEUU con una plata y un bronce.


Tales logros alimentaron su insaciable instinto competitivo y luchador. Hecha de retos, Oksana Masters, ya pensaba en su viaje de vuelta en los próximos Juegos de Río. Entre medias, conoció a su pareja, Aaron Pike, un reputado atleta en silla de ruedas multidisciplinar también participante de cuatro Juegos en cuatro deportes distintos y que le contagió su pasión por el ciclismo, la última modalidad en la ambos han triunfado. Como en la vida, una carrera de obstáculos.